Marta


Dicen mis padres que me llamo Marta, y ya hace casi dos semanas que estoy por el mundo.
Antes de relataros la Odisea de mi nacimiento voy a saludaros que creo que en este lugar en el que me ha tocado vivir se lleva el ser educados: -¡¡Hola!!

Bueno pues ya puedo empezar a contaros la historia de mi breve pero intensa vida:


"Llevaba ya 39 semanas viviendo plácidamente en el seno del vientre de mi madre, tranquilamente, rodeada de líquido amniótico, que tragaba y expulsaba como ensayando para comer, conectada a mi mamá por el cordón umbilical, a través del cuál me llegaba la sangre rica de nutrientes y oyendo murmullos del exterior intercalados con los conocidos y reconfortantes sonidos de latido del corazón. A veces tambíen oía ruidos gástricos y peristálticos pero todos me eran muy familiares puesto que ocurrían dentro de mi mámá. A veces entre los sonidos del exterior podía distinguir algunas voces conocidas: Una más grave que pensaba que correspondía a mi papá y otra más aguda que creo que correspondía a mi prima María, que aunque todavía es pequeña a mi me parece muy mayor, ¡Ya tiene dos años y pico!. La voz de mi madre la conozco perfectamente aunque suene un poco distinta según la oigas desde dentro o desde fuera, que curioso ¿verdad? Dice mi papi que es lo mismo que cuando escuchas tu voz grabada y te suena raro. Pues allí estaba yo con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo; a veces los abría pero solo había oscuridad, y cuando me aburría cambíaba de postura, que aunque se estaba genial allí dentro cada vez tenía menos espacio, ¿Estaré creciendo? pensaba de vez en cuando. Lo notaba mucho cuando mi mamí comía cosas dulces, no sé como, pero esos deliciosos sabores llegaban a mí, junto con un montón de energía azucarada que me daban unas ganas enormes de moverme y dar patadas y codazos, lo hacía con mucho cuidado, pero a veces, sin querer, le hacía un poco de daño a mi mami, ¡perdón!

Un día pensé que ya era hora de salir, que tenía ganas de conocerlo todo y a todos, de ver mundo y decidí empezar a esforzarme por empujar hacia abajo, pero lo único que conseguí fue empujar el tapón mucoso que se había instalado en la cuello del útero para protegerme de las infecciones y tuve miedo de que algo pudiera entrar, dicen por ahí que hay bacterias que pueden hacer mucho daño...
Afortunadamente no pasó nada y seguí insistiendo en empujar hacia abajo, aunque no conseguí romper las capas protectoras que me envolvían, el corion y el amnios seguían ahí, son muy flexibles pero bastante resistentes. Noté el traqueteo suave de un viaje en coche (aunque todavía no se muy bien lo que es esto) y escuché voces de gente extraña que hablaban no se qué de un hostal... hospal... hospital... o algo así. y sentí que a mi madre la mandaban de un lado para otro hasta que se quedo relajada tumbada en horizontal, mi papi estaba por allí porque oía como hablaba tranquilizando a mi mami.
No se porqué pero supe que algo iba a pasar, no tenía ni idea de que saldría ese día, pero si el presentimiento de que sería especial, distinto, así que puse bien el oído para ver si escuchaba que día era, y efectivamente una de las veces lo conseguí escuchar: era el día 29 de Enero de 2008.


Mi papi y mi mami se encontraban en una habitación que todos llamaban "de dilatación", que es el sitio en el que el canal del parto por el que tenía que salir yo tiene que empezar a aumentar su diámetro para dejarme paso. Pero lejos de dejarme allí tranquilita para que todo fuera lento noté como mi madre se levantaba de la cama y acompañaba a una señora, a la que creo recordar que llamaban "matrona", a otra habitación en la que se produjo el primer terremoto que sacudió mi hasta entonces tranquila existencia. A mi padre no lo dejaron venir con nosotras.
Me pilló por sorpresa, y no pude más que asustarme cuando de pronto mi mami "rompió aguas"; fue increible, el corión y el amnios se desgarraron y todo el líquido amniótico que aguantaba mi peso salió como una enorme marea, dejando mi receptáculo seco. Y allí me quedé yo, anonadada y sorprendida, sin saber que hacer, recostada bocabajo contra las paredes uterinas de mi mamá.

Al poco sentí como mi madre se tumbaba de nuevo y como le colocaban unos aparatos alrededor de su vientre para monitorizar mi ritmo cardíaco y sus contracciónes. Lo sé porque escuchaba a mi papi narrar como se aceleraba mi corazoncito cada vez que las paredes del endometrio empezaban a contraerse: -165 latidos por minuto y aumentando, y la contracción esta subiendo a 20, 21... 25... 30 - Oía su voz lejana, entre nerviosa y tranquilizadora.


De vez en cuando la matrona y otra mujer llamada "ginecóloga" llegaban para ver como iba todo y tras introducir los dedos en la vagina, decían que la dilatación iba muy bien: -ya hay unos 3 centímetros de dilatación y el cuello se esta empezando a "borrar". Aún así decidieron colocarle a mi mi mamá, en la misma vía intravenosa en la que tenía el suero que nos servía de alimento a las dos, otra sustancia que llamaban oxitocina. Yo ya la conocía, ya que es una hormona que el cuerpo de mi madre sintetizaba de forma natural y que se yo que me ayudaría a la hora del parto, porque produce contracciones uterinas (y también hace que acuda la leche al pecho de mi madre, porque estimula las glándulas mamarias... ¡¡ummm, que ganas tenía en ese momento de probar el rico producto lácteo del pecho de mi mamá!!).

Al cabo de un rato las contracciones se iban volviendo más rítmicas y más fuertes y a mí mamá cada vez le dolían más. Me consta que el dolor que estaba padeciendo era muy intenso y yo intentaba empujar para ayudarla, pero el pequeño tamaño de mi cuerpecillo hacían que la ayuda no fuera mucha.


Cuando mi mamá ya no podía soportar más el dolor vinieron de nuevo la matrona y la ginecóloga y vieron que la dilatación ya había aumentado a 6 centímetros y que el cuello estaba cada vez mas borrado, lo qué significaba que el parto iba progresando correctamente, así que llamaron a otra persona, ¿"anestesista" puede ser"? que tenía que ponerle una inyección con una sustancia que llamaban epidural. Se llevaron a mi mamá a otra habitación y mi papá se tuvo que quedar esperando donde estaba, yo se que estaba pasando muchos nervios en ese momento, pero no tardaríamos mucho en volver.

En la otra habitación le clavaron a mi madre una gran aguja entre la primera y la segunda vertebra lumbar, llegando la anestesia hasta el líquido cefalorraquídeo de la columna vertebral de mi sufridora mamá. La volvieron a llevar a la habitación donde nos esperaba impaciente mi papá y allí volvieron a monitorizar mis parámetros vitales. Poco a poco empecé a notar como las piernas de mi mami se iban durmiendo, por efecto de la epidural y el dolor que antes parecía que tanto la hacia sufrir empezó a remitir.


Aunque estabamos los tres un poco más relajados, la matrona le dijo a mi mamá que cuando notara contracciones, empezara a apretar, y así, poco a poco mi madre empezó a hacer unos esfuerzos enormes; yo desde dentro intentaba poner de mi parte, pero como antes mis fuerzas no eran suficientes... ¡qué ganas tenía de salir para evitarle más sufrimientos a mi madre!

No pasó mucho tiempo, cuando llegaron de nuevo a la habitación la matrona y la ginecóloga, y tras reconocer de nuevo a mi mama, decidieron que ya era hora de llevarnos a paritorio y así fue como nos trasladaron a otra habitación. Habían tocado mi cabecita con sus dedos y eso era buena señal; a mí por supuesto no me gusto nada que me tocara alguien extraño, pero me supuse que era necesario para seguir el camino que había emprendido.

De ese nuevo lugar no se desprendía ningún olor y allí todo parecía muy tranquilo, creo que era un lugar esteril, para evitar que yo cogiera alguna enfermedad al nacer. A mi madre la tumbaron en un lugar elevado debajo de una fuerte luz, que incluso yo podía notar a través de la piel de mi progenitora. Note como las piernas también se las colocaron de forma que estuviesen más o menos separadas y vi como el canal del parto estaba bastante abierto. De pronto me embargó una nueva sensación de libertad y de nuevo comencé a empujar para salir. Mis esfuerzos se tradujeron en nuevas contracciones, que mi madre aprovechaba para pujar todavía más. Un poco más lejano oía a mi padre como le decía palabras de animo a mi madre para que no desfalleciera.

Tras no pocos esfuerzos la doctora conseguí atravesar la distancia que me separaba del exterior, pero aún así no conseguía mi objetivo de salir.


De pronto recibí una ayuda del exterior: le estaban haciendo a mi mamá una episiotomía. Yo sabía que para ella sería una molestia, pero al menos así no sería yo quien la desgarrara al atravesar su vagina. Con una salida un poco más grande, la doctora no tuvo dificultades ningunas en asir mi pequeña cabeza y sacarla al exterior. Mis recuerdos de esos momentos son muy confusos, pensad que todo era nuevo para mi. Sólo sé que una vez que salió mi cabecita el resto del cuerpo salió con bastante facilidad. ¡Por fin lo había logrado! ¡Ya estaba fuera!

No sabía que hacer, y no se cómo, emití un pequeño llanto, que provocó en la gente de alrededor unas sonrisas en sus tensas caras. Con el llanto ocurrió algo muy extraño, mis pulmoncitos, hasta ese momento inútiles, se llenaron de aire; yo notaba el rico oxígeno atravesando mis vías respiratorias hasta pasar a mi sangre. Era una situación nueva y maravillosa a la vez.

Rápidamente me colocaron en brazos de mi mamá, a la que contemplé asombrada por primera vez desde fuera, -¡qué guapa es!- Pensé - ¡ojalá yo me parezca a ella!- Tras ese momento de embelesamiento, contemplando y oliendo a mi mamá, escuché de forma mas clara a como oía en el seno materno, cómo le preguntaban al que debía ser mi papá, si quería cortar el cordón que todavía me mantenía unida a mi madre. Me dio un poco de miedo que cortaran ese último nexo de unión, pero cuando aquel hombre sin afeitar y con perilla se acercó, escuché su voz y reconocí que era mi padre. Respondió que sí y saber que lo iba a cortar él me tranquilizó un poco. Ni corto ni perezoso, y muy decidido, mi papá, todo orgulloso, cortó el cordón umbilical, que previamente las doctoras habían pinzado. No sentí ningún dolor, por el contrario la sensación de libertad que me invadió, recorrio todo mi cuerpo, dando renovadas fuerzas a mi maltrecho cuerpecito, después de todo el esfuerzo que había realizado ese día.

Un poco después me reconocío la pediatra (qué es una médica para los niños chiquititos, como yo) y las enfermeras me limpiaron un poco, me pusieron ropita, que noté que me daba calor, (lo que más me gustó fué un gorrito blanco que me tapaba mi poco poblada cabecita) y le dijeron a mi papá que me cogiera. Desde los cálidos y protectores brazos de mi progenitor, observé con curiosidad lo enorme que era el mundo que me rodeaba, pero de donde no podía apartar la mirada era de mi mamá, ¡lo que había sufrido la pobre por mí! Cuando nos acercamos a ella y de nuevo me cogió, no pudo evitar emocionarse y las lágrimas acudieron a sus ojos. Yo también quería hacer aquello, pero todavía no se expulsar lágrimas.

Mientras todo esto pasaba la doctora terminó de sacar la placenta, ese órgano que había compartido con mi mamá, que me había proporcionado el oxígeno y el alimento y llamó a mi padre para examinarla entre los dos. Posteriormente, realizó una sutura en la herida que habían tenido que provocar a mi mamá, para lo cuál le dió unos puntos intradérmicos, lo qué me tranquilizó un poco ya que curan mejor que los normales y no le causarían demasiadas molestias durante el puerperio.


Cuando terminaron de coser a mi mamá, nos llevaron a una habitación llamada de postparto y allí nos dejaron solos un buen rato, supongo que para que nos fueramos conociendo mejor. Mi mamá se empezó a sentir mejor y poco a poco los efectos de la anestesia fueron remitiendo, aunque todavía no se podía levantar. Pasaron por allí varias enfermeras y un matrón que enseñó a mi papá como tenía que cogerme para moverme de una postura a otra y de un sitio a otro. Siempre me tenían tapadita con una manta para que yo no pasara frío. Así después de un rato en aquella habitación mi padre me cogió y me puso cerca del pecho de mi mamá y yo, por instinto, empecé a succionar sin saber que pretendía conseguir, así que aunque sacara poco cantidad yo continué allí enganchada durante un buen rato. El primer alimento que atravesó mi aparato digestivo desde que nací estaba saliendo de los senos de mi mamá, era el calostro, una sustancia nutritiva previa a la aparición de la leche materna, que me proporcionaría algunas de las defensas que pasaran a formar mi sistema inmune.

Estuve un buen rato mamando y aquella sensación me gustó, mientras tanto, yo escuchaba como mi papá y mi mamá hablaban entre ellos de lo felices que estaban por haberme traído al mundo, ¡creo que me quieren mucho!

Después de un buen rato llego un celador que nos trasladó a otra habitación en la que pasaríamos los dos siguientes días hasta que nos dieron el alta en el hospital.

Cuando nos estabamos instalando en la habitación, llegó otra enfermera y me traslado a otro lugar, siempre escoltada por mi papá que no me dejaba ni a sol ni sombra, y allí me midieron y me pesaron, y me pusieron una vacuna. Me dolió mucho el pinchazo en el muslo pero apenas lloré un poco y después nos volvimos a la habitación donde estaba mi mamá, esperándonos impaciente.

Había sido un día muy largo y agotador y todos estabamos muy cansados, pero mis papás no consiguieron dormir esa noche puesto que estaban siempre pendientes de mi, acunándome en sus brazos, recostándome sobre su pecho, dandome de mamar, cantándome o simplemente mirándome. Yo no dormí mucho, pero fue un sueño plácido y reparador, ya que había comprobado que estaba en buenas manos, ¡Yo también quiero mucho a mi mamá y a mi papá!"

Pues nada más por ahora, esta es la odisea de mi nacimiento y la historia del primer día de mi vida en el exterior. Si os ha gustado mi aventura otro día os contaré que tal fueron mis primeras noches en casa y mis impresiones sobre este maravilloso mundo que nos ha tocado vivir.

¡Hasta luego!

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NOTA DEL PADRE: Desde aquí me gustaría expresar mis más sinceros agradecimientos a todo el personal del Hospital Universitario Virgen de Valme de Sevilla, por su trato humano y su buen hacer durante todo este proceso; también quiero agradecer a mi familia (tanto carnal como política) por estar siempre ahí prestándonos ese apoyo que en algún momento todos necesitamos y cómo no a mi mujer, que la quiero más que nunca, por ser la mejor esposa (y ahora también madre) que cualquiera pueda desear y a mi hija Marta, SIMPLEMENTE POR EXISTIR.
Carlos L.

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